Historia

Habitada anteriormente, es en 1184 cuando el rey Sancho VI el Sabio creó, junto a la aldea de Atarrabia, la villa de Villava («Villa noua»), otorgando a sus habitantes el mismo fuero que disfrutaban los habitantes del burgo nuevo de San Nicolás de Pamplona. Teobaldo II, poco después de subir al trono en 1254 confirmó sus fueros.

Según algunos historiadores Villava fue un barrio de la Iglesia de San Nicolás y después de la parroquia de San Cernin o San Saturnino de la que dista media legua y tiene por armas las mismas que la última iglesia de quien era dependiente. Así, no es extraño que en 1593 el Concejo afirmara que «la dicha villa de Villava siempre ha sido y es tenida por barrio de dicha ciudad a la cual ha imitado e imita cuanto puede en sus usos y costumbres». Desde el siglo XV (1462 Juan II le otorga asiento en las cortes) y hasta 1828 Villava será una de las buenas villas del reino.

En 1405 los villaveses cedieron el patronazgo de la Iglesia de San Andrés al rey Carlos III, quien lo traspasó al Monasterio de Roncesvalles.

Villava era un lugar de paso, el típico pueblo-calle y cruce de vías que conducen al norte de Navarra y Francia. Durante toda la Edad Media y hasta mitades del siglo XVII, la villa perteneció a la merindad de Sangüesa, pasando en la época señalada a pertenecer a la merindad de Pamplona o de las Montañas.

La villa era gobernada por un alcalde y dos jurados elegidos por el batzarre o concejo. Tras la conquista de Navarra (1512), dichos alcaldes serían nombrados por el Virrey de entre los tres vecinos propuestos por la villa.

Tras las reformas municipales 1835-1845 quedó como ayuntamiento de régimen común.

Los Siglos XIV y XV fueron nefastos (de mortandad y pobreza) para la villa. La situación mejora en el siglo XVI, crece la población y la prosperidad económica se evidencia en la construcción de la iglesia parroquial, el Ayuntamiento y el molino principal. De los siglos XVII y XVIII se tiene escaso conocimiento.

A finales del siglo XVIII contaba con dos molinos harineros, un batán y una escuela de primeras letras.

En el siglo XIX la villa será escenario bélico y su población participará en las guerras que arrastrarán la Revolución Francesa y las guerras carlistas. A consecuencia el casco urbano quedará  derruido y se producirá la desamortización de las propiedades del Monasterio de Roncesvalles.

Superadas las diferentes guerras que tan desastrosas consecuencias dejaron en la  localidad, se inicia el período de industrialización con la construcción de la primera gran fábrica papelera en 1841, antecesora de la actual Papelera Española – ONENA. A esta seguirían otras empresas dedicadas a la construcción de carruajes, fabricación de licores, vinos aguardientes, harinas, maderas, cartón, más recientemente empresas mecánicas y plásticas y en los últimos años la creación de un polígono industrial.

A comienzos del siglo XX se mejoran las comunicaciones. Así, se construye el ferrocarril eléctrico Irati que viajaba de Pamplona a Sangüesa. De esta manera se va configurando un núcleo industrial que atrae, inicialmente, habitantes de otras zonas de Navarra, y posteriormente del resto del Estado, motivo por el cual la población de Villava se multiplica por diez en el espacio de un siglo.

Esto, unido a la proximidad a Pamplona, hace que Villava se convierta en una zona residencial y urbana. Se aborda simultáneamente la expansión urbana hasta concluir con la práctica edificación del término municipal.

Como consecuencia de este proceso de transformación de una buena villa a un pueblo donde sus habitantes son fundamentalmente de origen urbano, se está iniciando un proceso de reeuskaldunización para recuperar el Euskera, que ha ido siendo sustituido por el castellano de forma progresiva en los últimos 150 años.

Una fuerte personalidad  diferencia Villava de los municipios cercanos haciendo de esta villa un lugar singular.

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